martes, 20 de enero de 2009

“No llueve y lo único que tenemos es la esperanza”

Alejandro Lasarte, un TAMBERO ante la encrucijada de perder todo por la sequía.

Maneja un emprendimiento familiar que fundó su abuelo en 1914. No logró cosechar ni una hectárea de maíz y ya no tiene para darles de comer a sus vacas.



Osvaldo Bazán, desde Tandil
18.01.2009

Alejandro Lasarte cree que en diez días perderá el emprendimiento familiar que comenzó su abuelo en 1914. No depende de él. Depende del cielo. El tambo San Cayetano ocupa 124 hectáreas en Estación Egaña, a 25 kilómetros de Rauch, a 45 de Tandil. Veinte de esas hectáreas fueron sembradas el 8 de noviembre con maíz. La idea era que los granos que se cosechasen allí sirvieran para alimentar a las 120 vacas del tambo. Pero algo no funcionó. Hoy ese maíz tendría que llegar a los dos metros de altura, con mazorcas repletas de granos. Apenas alcanza los 70 cm y ni asomo de maíz. No llovió. Tan simple y sencillo como eso. No llovió.Alejandro, 39 años pero cualquiera podría darle 50, pantalones cortos, zapatillas deportivas y remera gastada por el uso, mira esas plantitas tristes, de un verde desteñido y dice: “¡Esto es macabro, macabro!”. Se había entusiasmado con una semilla más resistente, patentada en los Estados Unidos y ahí se le fueron los mil pesos por hectárea para que sus vacas, bien alimentadas, pudieran darle los 1.800 litros que Alejandro o su familia (su esposa Lucrecia, sus hijos Iván y Tomás, su hermano y su cuñada, su mamá; no hay empleados en el tambo) ordeña cada día a las 7 de la mañana y a las 6 de la tarde. Recuerda que en los últimos años sólo una vez no se produjo el ordeñe. Un temporal tiró la línea de luz y no pudieron hacerlo. “Es que la vaca es un animal muy rutinario –dice Lasarte–; tiene que ser ordeñada dos veces por día, porque si no se infecta y se estresa. Ella a las seis tiene que ser ordeñada y después tiene que comer dos kilos de comida: es así”, y lo que dice Lasarte tiene el peso de una sentencia cultural. Lo de 1.800 litros de leche diaria para el establecimiento es un número ideal. Con lo mal alimentada que vienen las vacas por la sequía, apenas llegan a ordeñar 1.000 litros. A 0,65 pesos el litro. También por la mala alimentación es difícil que las vacas queden preñadas. Se convertirán por un año en lo que se conoce como “vaca vacía”. Como Yerma, pero en vaca.El establecimiento de Lasarte es como cientos en toda la cuenca del Salado, extensa región en el centro de la provincia de Buenos Aires. Un emprendimiento familiar que tiene como partida de nacimiento el año 1914, cuando Miguel Lasarte llegó desde Leisa, España, y se instaló en las cercanías de Tandil. En 1940 se estableció en Estación Egaña y la familia ya no salió de allí. Alejandro señala un monte, a unos pocos kilómetros: “Ahí nació mi mamá. Siempre vivimos acá”. La casa hoy, a pesar de todo, está de fiesta. El mayor de los hijos, Iván, cumple quince años y todos sus amigos vinieron –vaya paradoja– a jugar en la pileta armada en lo que fue un pozo de agua, que Lasarte rellenó para diversión con la estructura de fibrocemento, hace dos años, imaginando un futuro que no llegó. Iván, su hermano Tomás, de 13, y los otros chicos van a la escuela agrotécnica. Porque les cuesta imaginar una vida que no sea ligada al campo. “Es lo que me enseñaron a hacer, es para lo que estoy preparado ¿qué otra cosa voy a hacer?”, dice Iván. “Por suerte tengo dos hijos varones y no tengo que gastar en fiesta de quince. Ése sí que es un gasto”, agrega su padre y sonríe. Lucrecia estuvo todo el día cocinando, hay tortas, pastafrolas y una enorme medialuna rellena de dulce de leche, casera. Está claro que la familia no es pobre de toda pobreza. Es de una clase media galgueante, de trabajo y poco lujo. Que ayer nomás soñaba con otro presente. La casita, pintada de rosa, rodeada del maíz escuálido y vacas flacas, no sobresaldría en una ciudad del conurbano bonaerense, aunque tiene todas las comodidades: es grande, pero no hay aire acondicionado, plasmas de 40”, home theatre ni otras delicatessen básicas de la burguesía nacional. Los Lasarte no la pasan mal. Lo que temen es que se les termine el juego. –Si no llueve en diez días, y no hay ninguna previsión de lluvia, si no se salva nada de la cosecha, ¿qué van a comer las vacas? –No sé. Igual por más que llueva, no se salva. Podríamos nomás tener una esperanza. Pero no hay ni rollos de cola de cebadilla, que tampoco es que sea muy bueno para que coman las vacas, es para que mantengan el peso nomás, no para que den leche. No hay forraje, ni silos, ni nada. A la cooperativa agrícola de Tandil los molinos no le están vendiendo afrechillo, por especulación. No hay nada para darles de comer. –¿Va a tener que vender las vacas? –Y… los productores chicos no vamos a poder resistir así. No me quiero resignar, pero no veo que podamos resistir.–¿Y entonces? –Parece que quieren que todo quede en manos de los grandes pulpos. Un monopolio de dos o tres. Y a esos grandes la vida de los pueblos no les interesa nada, ni el pan compran en el pueblo. Nosotros estamos acostumbrados a vivir con dos pesos, peso que tenemos lo gastamos en el pueblo y así vivimos. Ahora no sé.–¿Va a tener que vender el tambo que heredó de su abuelo? –No sé. Pero sí sé que si lo vendo no vuelvo más. Acá el que se va del juego, no vuelve. No tiene cómo –dice y comparte una porción de pastafrola que tranquilamente podría figurar entre las diez mejores del país. Pero no sólo maíz iban a comer las vacas de Alejandro Lasarte. También sembró una mezcla de cebadilla, trébol rojo y alfalfa en unas hectáreas que tenían que servir hasta que estuviera el maíz. Ahora, caminando por ese campo no se ve cebadilla, ni trébol rojo, ni alfalfa. Sólo cardos escuálidos a los que les falta la flor violeta. Ya se la comieron las vacas. Y les faltan las hojitas pinchudas. Se las comieron los bichos moros. Lasarte camina por el campo, dice que nunca vivió en otro lado, que no sabría qué hacer en otro lado. Lo repite. Y cada tanto busca en el horizonte la promesa de una nube que no aparece. En los costados de la ruta 30, que une Las Flores con Rauch, se ven pequeños incendios de los pajonales en las banquinas. Un carro con tres o cuatro bomberos con cara de aburridos apagan acá lo que volverá a encenderse a pocos kilómetros. La tierra está tan seca que un vidrio tirado a la vera del camino puede con el sol provocar esas llamas. Hay humo en las rutas y arde una mulita que no fue lo suficientemente rápida. Debajo de cada árbol se amontonan vacas escuálidas, más cara de tontas que nunca. Algunos productores, al no tener qué darles de comer, dejan que sus animales intenten encontrar algo verde en las cunetas. Pero no hay verde en las cunetas. Entonces las vacas se echan y después ya no tienen fuerza en las patas. Quedan allí, apagándose lentamente, mueren deshidratadas y de hambre. Los ojos abiertos hacia ningún lado. El olor es nauseabundo.Como en una película de Disney, las casas se han llenado de mulitas, zorrinos, zorros, peludos. Todos buscan un poco de agua y, en eso, la pileta de los Lasarte es un oasis. Claro que también llegó la tucura, una langosta depredadora que no deja nada a su paso. Desde la década del 60 que no se veía. En los últimos años fue apareciendo tímidamente, traída por la sequía. Dicen que con una sola lluvia fuerte se va. Pero no hay una lluvia fuerte. La podrían combatir fumigando. Pero para qué, si no hay cosecha que salvar. La provincia ha comenzado un plan de fumigación.–¿Es imposible regar?¿O no hay agua en las napas? –No, imposible no es. Bueno, sí. Un riego chiquito, un riego de 20 milímetros para 5 hectáreas sale 65 mil pesos más IVA. Lo tendríamos que usar con trifásica, que tenemos, pero si gastamos más de 1.500 kilovatios ya somos usuarios industriales. Lo podríamos hacer con gasoil, pero no con el subsidiado. El subsidiado, de 2,20, lo podemos poner en la camioneta, para usar en el campo no hay subsidiado, es de 2,70.–¿Pero qué, hay dos surtidores? –Claro. Si vos vas con la camioneta y tenés una máquina arriba, en la camioneta te cargan de 2,20 y después tenés que ir al otro para que te carguen el de 2,70 en la máquina. Igual, tampoco podría regar. Me piden que les pague esos 65 mil a 0, 30, 60, 90 y 120 días ¿con qué le voy a pagar? Crédito no me dan, es todo un papelerío que no podés pasar –y de repente se calla, mira el suelo, sonríe, festeja.Encontró un trébol rojo. Es el único en todo el campo.“Tenemos dos frentes: el del clima y el del gobierno” A la sequía se agrega otro tema no menor en la zona: el odio visceral despertado por cualquier medida del Gobierno. Es indisimulable en cualquier interlocutor del sector. “Tenemos dos plagas”, dice Lasarte y, como él, todos. “Tengo esperanzas, pero para eso tienen que ocurrir dos cosas, que el clima me dé una mano y que los K sean sólo un recuerdo nefasto.” En el salón oval de la Sociedad Rural de Rauch, debajo de la foto de pioneros patriarcales, José Luis Iturralde es claro en el relato: “Cada día que pasa sin llover se pierde un 10% del rinde de la cosecha. Las vacas no quedan preñadas, no hay qué darles de comer. La soja se siembra en noviembre, de primera, y en enero, de segunda. La de primera se perdió en más de la mitad hasta ahora, y si no llueve en diez días se pierde todo. La de segunda ni se llegó a sembrar. El suelo no tuvo humedad como para eso. El trigo ya perdió un 30% de su rinde. Pero, como decíamos hoy en la asamblea de productores de Mar Chiquita, así hubiera llovido, con el desconocimiento del Gobierno y sus medidas también nos hubiera ido mal. Tenemos dos frentes, el del clima y el del Gobierno. No sé cuál es peor”.

http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=18653

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